MANUEL JULIÁN COBOS - PARTE II
Manuel Julián Cobos
Nacimiento: 1836, Cuenca, Ecuador
Fallecimiento: 14 de enero de 1904, (68 años), isla Chatham (San Cristóbal), Ecuador
LA ASOCIACIÓN PERFECTA: CÁRCEL CÍA. Ltda.
Mientras crecía la actividad en la hacienda “El Progreso”, también aumentaba la cantidad de obreros, conformados en gran número por presidiarios llegados de Guayaquil, además de colonos campesinos de la isla, y otros voluntarios. Pero, todos dentro de la hacienda eran tratados bajos las mismas condiciones. Recibían un salario mínimo y debían acatar todas las leyes de Cobos, que, en la reclusión de la isla, no tenían como escapar o a quien reclamar.
Mujeres dirigiéndose al comedor, hacienda El Progreso, 1888
Los prisioneros/obreros estaba compuestos por presos políticos, delincuentes comunes, asesinos o malandrines, gente que ya no podrían hacer daño en el continente y enviados a ese infierno para ser olvidados.
La hacienda prosperaba bajo la mano dura de Cobos, junto al apoyo incondicional de su socio Monroy desde la ciudad de Guayaquil, quien era responsable del “enrolamiento” de los trabajadores y de comerciar los productos galapagueños. Ambos fueron los artífices del éxito de “El Progreso” por varias décadas.
LA COBONA: LA MONEDA DE GALÁPAGOS
Imagínese vivir en una isla, lejos de todo atisbo de sociedad, donde una sola persona se encarga de los servicios básicos, vivienda, transporte, alimentación, y quizás del ¿entretenimiento? Pues eso sucedió en la isla Chatham (San Cristóbal) donde Cobos era realmente el “emperador” como lo bautizó Octavio Latorre en su libro: “Manuel J. Cobos, emperador de Galápagos”.
Toda la población de la isla dependía completamente de la voluntad de Cobos y en 1886 comenzó a acuñar sus propias monedas llamadas las “cobonas”, que eran redondas, marcadas al fuego, para uso en el almacén del ingenio. Con ésta se pagaba el salario mínimo a los trabajadores. Estas monedas circulaban en la hacienda y era la única forma para aprovisionarse de víveres.
Así fueron bautizadas las “cobonas”, en peyorativo honor a su creador. Hay que notar que esta práctica no era original de Cobos, más bien, era habitual en muchas haciendas dentro del Ecuador continental en plena época republicana. Y, sin avalar la conducta autoritaria y malsana de Cobos, se entiende su instauración en términos muy pragmáticos, aunque esto solo ayudo a agrandar su despotismo.
UN PRÓSPERO Y CRUEL EMPRESARIO
Gracias a permanecer aislado en Chatham, y unas autoridades locales poco interesadas en poner orden, ninguno de los excesos cometidos por Cobos llegaba a continente. Iracundo y déspota, logro mantener una floreciente economía que lo enriquecía más y más. Quizás el éxito de haber dominado a esta naturaleza agreste y poco favorable, le daba más ínfulas para su arbitraria conducta.
Mientras los avances de su empresa iban viento en popa, su personalidad se radicalizaba. El trato con sus peones y empleados empeoraba, sin olvidar los antecedentes de gran parte de sus obreros, Cobos llevaba un revólver al cinto para su seguridad.
Casas de los obreros, hacienda El Progreso, 1888
En la isla, la población masculina sobrepasaba con creces a la femenina, originando conflictos muy violentos entre los pobladores, que, mientras no afectase a la producción de la hacienda, a nadie parecía importar, mucho menos a los jefes territoriales del archipiélago que estaban en contubernio con Cobos. Muy diferente, cuando la insubordinación ocurría dentro del ingenio, en esas circunstancias se aplicaba toda la violencia posible, y a veces hasta la muerte.
Los obreros se volvieron esclavos, y la impunidad era ley. Las condiciones de trabajo eran duras, las jornadas laborales eran largas, la remuneración era trivial, el control era despiadado. En la hacienda, en las pequeñas poblaciones, los comercios, todo obedecían a Cobos, quien era el patrón de Chatham, el sentenciaba las multas elevadas, los azotes, los castigos deshumanizados, hasta la pena de muerte de creerlo necesario.
Al ocurrir una sublevación, se la reprimía de la manera más severa posible, como sucedió en 1886, cuando varios obreros se rebelaron. Tras tomar el control nuevamente, se ubicó a los cinco obreros responsables a 100 metros de la casa de hacienda, se los amarró en una estaca a cada uno y se los fusiló. Esta acción era para mostrar que Cobos tenía el completo control de la isla; sin embargo, no sería el único motín en su hacienda, ni el peor.
Casas de los obreros de la hacienda El Progreso, 1888
Un caso muy particular ocurrió con un obrero llamado Camilo Casanova, no se cuenta cual fue su falta, pero Cobos decidió que debía ser desterrado a la isla Chávez y dejado a su suerte. Unos mencionan que su confinamiento fue de 3 años, otros que fueron 4, lo cierto es que gracias a la compasión de los barcos que le enviaban comida y agua logró sobrevivir. Eso sí, ninguno lo sacaba de su exilio involuntario. Solo al morir Cobos, Casanova sería finalmente salvado. Se cuenta que, desde el barco, alejándose de su prisión, Casanova pudo leer un aviso pintado en las rocas que decía: “Se ruega no sacar a este hombre, porque es veinte veces criminal".
¿Y QUIÉN ES MANUEL JULIÁN COBOS?
Nacido en Cuenca en 1836, poco se sabe de su niñez y juventud. Ya de adulto se lo describe como: alto, fornido, blanco, de pelo y ojos negros. Desde 1856 figuraba como comerciante en la zona de Chanduy, quizás emigró a causa de una larga sequía en el Azuay. Ya en 1858 funda la “Casa Cobos hermanos” junto a su hermano Ángel. Manteniendo a Chanduy como base de operaciones, ya que era por entonces un sitio poco poblado y muy atractivo para los contrabandistas.
Retrato de Manuel J. Cobos en 1878
En 1866 contrajo nupcias con Adelaida Monroy, hermana de su socio José Monroy Cedillo, se estableció en la isla Chatam (San Cristóbal) con la "Empresa Industrial de Orchilla y Pesca" que duró hasta el 1869 en sociedad con su hermano Ángel y con su, ahora cuñado, José Monroy. Ángel Cobos decide retirarse al poco tiempo, pero se forja una nueva sociedad con Monroy, por casi cuarenta fructíferos años. Los allegados describen a Cobos como: "de conversación muy agradable, práctico, de buen sentido del humor, honesto en sus transacciones financieras".
Retrato de José Monroy en 1878.
Tras su establecimiento en Galápagos y el éxito en sus empresas, Cobos, pudo crear una enorme fortuna que se veía reflejada en sus posesiones dentro de su hacienda “El Progreso”, como su vajilla inglesa, la medicina traída de Europa y las costosas muñecas francesas con las que jugaba su hija. Para Cobos, Galápagos era la mayor oportunidad de su vida y a la vez su eterna maldición, porque él sabía que tenía el temple y la inteligencia para sacar adelante una empresa de tal magnitud, bajo las condiciones que aquella época le imponía y rodeado de gente de mala monta en una alejada isla. Solo él podía hacerlo, y esa misma razón, sería la causa de su muerte.
UN VIOLENTO FINAL
Hacia 1904, San Cristóbal tenía una población aproximada de 400 personas. Cobos tenía más de 60 años de edad a cuestas, se mantenía robusto, pero aquejado por varías dolencias que le afectaban su carácter, pasaba serio y mal genio todo el tiempo. Llevaba casi 40 años en la isla y su temperamento se mostraba más turbio y deprimido. Era tiempo de dejar aquella venturosa empresa, lejos de ese desagradable ambiente, pensaba volver a contraer nupcias con una damita limeña de apellido Tábara y regresar al continente a tener una vejez tranquila y disfrutar de su fortuna.
La casa de hacienda donde residía Manuel J. Cobos, El Progreso, isla San Cristóbal, en 1888
Gracias a la compra de las acciones de la sociedad de parte de su cuñado Monroy, Cobos podía irse de una vez por todas; sin embargo, le costaba aflojar su otro amor: “El Progreso”.
Cobos tenía hombres de confianza, como su mayordomo Elías Puertas, de quien se comentaba su oscuro pasado que lo mantenía anclado en esa isla, como varios de los que trabajaban en esa hacienda. La sospechosa desaparición de un revolver de propiedad de Cobos puso en alerta a los capataces, y a pesar de la orden de encontrarlo nunca pudieron dar con el arma. Cobos no podía dormir tranquilo sabiendo que alguien podría estar tramando algo a sus espaldas.
Hartos del maltrato y los abusos de Cobos, varios trabajadores se confabularon. El asesinato se puso en marcha, primero buscaron a alguien de confianza como el cocinero “Jaime”, su trabajo le permitía ingresar a la casa del patrón sin dificultad, pero el muy cobarde declinó la macabra invitación. El nerviosismo rondaba en la isla, varios de los conspiradores intentaron enviar sus quejas a Guayaquil, tarea imposible, pues Cobos tenía gente de confianza por todos lados y nadie se atrevía a traicionarlo.
Los castigos seguían a la orden del día. El 12 de enero de 1904 dos obreros: Parra y García recibieron 300 palos, al día siguiente fue el turno del peón apellido Torres. El malestar y la indignación crecía desaforada, y mucha gente masticaba su ira contra Cobos de manera silenciosa, otros no pudieron contenerse. "Cuando será el día en que vea arder los canteros" fue la frase que escupió el peón de origen colombiano José Prieto, su detención fue inmediata al ser delatado por un soplón de apellido Higueras. La sentencia: 400 palos para el día siguiente y ese mismo día se lo colocó en la barra para que escarmiente y también servía para amedrentar a los potenciales alzados. En otras versiones, se dice que a quien azotarían era una mujer que no merecía el castigo, y esto desencadenó la furia de todos los obreros. Entre los conspiradores cundía el miedo. Cobos andaba un paso adelante y siempre era de tomar medidas extremas, no podían permitir que los rumores lleguen a sus oídos y decidieron actuar rápido.
EL DÍA DEL AJUSTICIAMIENTO
En las primeras horas de la mañana del 14 de enero de 1904 y aprovechando que todo el mundo recién se estaba despertando, el mayordomo Puertas subió y enfrentó a Cobos:
- Don Manuel ¿Ud. no le va a dar palos a Prieto?
- - Si. - fue la respuesta.
- ¡Usted no mata más! - respondió furibundo Puertas.
El revólver perdido vomitó dos disparos, uno perforó el pulmón y el otro se le incrustó en el estómago. Aun tambaleándose, Cobos trató de defenderse con otra arma que busco inútilmente cayendo al suelo. Creyéndolo muerto, buscaron a su otro objetivo, Leonardo Reina Sono, el Jefe Territorial de la isla, un anciano, igual o más cruel que Cobos, que se alojaba en la Casa de Gobierno, el cual ya prevenido por el barullo de los gritos y disparos intentó escapar tirándose por la ventana. Rogó piedad, pero eso no amedrentó a Puertas y sus cómplices que lo ejecutaron sin demora.
Leonardo Reina Sono
Fue grande la sorpresa para los asesinos ver que Cobos aún vivía, agonizante con la pierna izquierda rota al intentar huir lanzándose por la ventana. Sin remordimientos, vaciaron sus armas en el cuerpo del otrora poderoso dueño de la isla.
Sin perder la compostura y con la misma frialdad que mataron a las dos víctimas, Puertas y su séquito abrieron los almacenes de la hacienda y se repartieron los víveres entre los pobladores, vaciaron los toneles de alcohol para que nadie abuse del trago y arrojaron todos los libros de cuentas y cada documento donde se anotaba las deudas pendientes en el patio de la hacienda, donde les prendieron fuego en una fogata expiatoria. Estas deudas eran producto de los exageradas cuentas que hacía Cobos, para que los obreros nunca puedan dejar la isla.
Los cadáveres de Cobos y Reina se velaron en la casa de hacienda y fueron sepultados en el mismo sitio donde años atrás habían sido fusilados los cinco empleados; finalmente, al quinto día, los involucrados y muchos obreros hartos de los abusos querían dispersarse y huyeron de la isla en la balandra "Josefina Cobos" con azúcar robada, pero fueron detenidos en Tumaco, Colombia, el 16 de febrero, luego fueron llevados a Guayaquil donde se organizó un escandaloso juicio ya que destapó todos los excesos y abusos de Cobos y la corrupción de las autoridades.
Se designaron dos comisiones de investigación para conocer los detalles de los cruentos asesinatos y saqueos, esto solo develó la desnaturalización que se vivía en esa hacienda y en toda la isla. Ambos cadáveres fueron inhumados y se les realizó las respectivas autopsias en Galápagos, para luego ser llevados a Guayaquil, donde Cobos fue finalmente sepultado.
Si visitan el Cementerio Patrimonial de Guayaquil, en la puerta 3, encontrarán un hermoso mausoleo donde se observa un pedestal con su retrato en un solemne altorrelieve hecho de mármol flanqueado por dos figuras simbólicas en memoria de Manuel Julián Cobos, mientras en San Cristóbal se conserva su tosca tumba donde permaneció brevemente.
EL DESTINO DE LA HACIENDA
Después de la muerte de Cobos, los residentes de la hacienda “El Progreso” y pobladores de la isla se mantenían en unos 400 habitantes y aún era una extensa plantación con más de 1.200 hectáreas de caña de azúcar que se mantenían activas, además de los cultivos de café, jardines, pastos y huertos frutales. Se calculan entre 3.000 a 4.000 hectáreas de pastos con grandes rebaños de ganado, incluidos burros y mulas.
Rogerio Alvarado, esposo de la hija de Cobos y heredera principal, Josefina, asumió el control de la hacienda en 1909. Sus ambiciosos planes no se concretaron, endeudando el capital de la hacienda con los bancos ecuatorianos y el empresario guayaquileño Lorenzo Tous. Durante los siguientes ocho años, se vendieron los equipos y la hacienda se iba deteriorando.
Manuel A. Cobos (izq.) hijo de Manuel J. Cobos, Manuel Tomás Aguilera, Jefe Territorial Flavio C. Muñoz Samora, Ayudante Teniente Paul A. Brehm, M. D., Milwaukeee Public Museum
Manuel Augusto Cobos, hijo natural de Cobos, llegó de Francia en 1918, encontró una hacienda con 200 peones, 3.500 cabezas de ganado, caballos, algunos cientos de acres cultivados y parcelas de caña de azúcar y café.
Durante la década siguiente, los colonos noruegos llegaron a las islas cuando Manuel A. Cobos reclamó 1.000 acres de tierra cultivada, 10.000 vacas en libertad y una refinería en pleno funcionamiento que producía 15.000 kg de azúcar al mes. Para 1928, sólo quedaban 14 noruegos.
En 1938, el control de la hacienda pasó a manos de Tous; sin embargo, el molino se hallaba en mal estado y los campos se perdieron debido a las plantas invasoras.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Tous continuó administrando la ganadería y el cultivo de café en la finca, fue rebautizada como "La Predial". En 1960, cuando San Cristóbal tenía 1.200 residentes, se intentó vender lo que quedaba de la hacienda a los colonos estadounidenses, pero la negociación fracasó estrepitosamente.
La histórica plantación que incluye la hacienda con su complejo industrial y el rancho ganadero ahora alberga un mosaico de parcelas de tierra privadas más pequeñas, muchas en manos de descendientes de los primeros habitantes de la isla. Continúan viviendo y cultivando en el interior de una isla cuyo paisaje ha sido profundamente transformado a lo largo de los años a través de la actividad humana.
Rogiero Alvarado y Josefina Cobos de Alvarado descansan en el mismo mausoleo en Guayaquil al lado de Manuel J. Cobos.
DESEMPOLVANDO LA HISTORIA
Las ruinas de la hacienda siguen ahí, en la parte alta de la isla San Cristóbal, a la entrada del poblado del mismo nombre: “El Progreso”. Han llegado funcionarios locales, directivos de universidades nacionales y extranjeras, reporteros y curiosos, todos a escarbar en ese violento episodio de Galápagos, que aún se escabulle a muchos, que solo visitan las islas en busca de su asombrosa naturaleza y algo de diversión.
Algunos vestigios de la malograda hacienda de Manuel J. Cobos
Hugo Idrovo, cantautor, pintor y escritor ecuatoriano, residente en el archipiélago, menciona que, gracias a un libro sobre Cobos, de autoría de Octavio Latorre, inició su interés sobre el tema. Tanto así que gracias a su gestión en 2003 las ruinas de la hacienda fueron declaradas como Bien Patrimonial Perteneciente a la Nación, ahora el GAD Municipal de San Cristóbal y la Junta Parroquial de El Progreso se encargan de su cuidado y que sea apto para visitas turísticas y estudiantiles.
Los antiguos predios de la hacienda
Hay planes para crear un museo en las mismas ruinas del ingenio azucarero, que es considerado el primer y auténtico asentamiento permanente en Galápagos.
EL ALCALDE COBOS
Las islas de San Cristóbal y Floreana comparten a un mismo alcalde, su nombre es Henry Cobos, bisnieto de Manuel J. Cobos, y el primero de esa familia en llegar a esa dignidad.
En los tiempos de Manuel Cobos, la mayor actividad de San Cristóbal era la agricultura, al cerrarse el ingenio, los residentes se desplazaron hacia la playa, y la pesca se volvió la mayor fuente de ingreso, y con el transcurso de los años, sería el turismo el rubro que genera mayor rentabilidad.
Personas de las tres regiones del Ecuador continental viven aquí, y la historia de Cobos se mantiene como una sombra que alcanza a todos, de una u otra forma.
LEGADO
A Cobos se lo reconoce como un formidable trabajador y un hábil empresario. Era el clásico terrateniente agroexportador que vivió entre los siglos XIX y XX, como muchos de sus contemporáneos asentados en la sierra y la costa. Su labor permanente logró que la isla se mantuviera activa y pudiera ser poblada, superando los pasados fracasos de establecer asentamientos en aquella lejana isla. Su carácter déspota lo pone en el sitial del tirano, que tuvo un final merecido. Tras la muerte de Cobos, varios de sus descendientes directos y políticos intentaron seguir con las labores económicas, sin lograr su éxito. Los días de gloria del ingenio azucarero “El Progreso” y la plantación "El Cafetal" terminaron y fueron abandonados.
Hoy en día, los descendientes tanto de Cobos (de parte del hijo de Cobos, Manuel Cobos Tomalá) como de los obreros del ingenio, habitan en San Cristóbal. Parte de la descendencia de Cobos (descendientes de su hija Josefina Cobos Baquerizo) viven en Ecuador y otras partes del mundo, como México y Europa.
In 1879, Cobos decided that sugar cane and coffee
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