EL GUARDIÁN DEL PANTEÓN DE LOS PROTESTANTES







Foto de Don Juan Ignacio Andrade Cumba, cortesía de El Telégrafo.




Hace un tiempo el cementerio de los extranjeros tuvo un guardián, y este relato se arma de diferentes entrevistas que se efectuaron en varios medios a Don José Andrade, quien nos deja su testimonio de cómo se mantuvo resguardando este lugar por mucho tiempo. Actualmente la reja se mantiene cerrada y nadie vela por el panteón.


Llegó de Quito, hace muchas décadas atrás, para ser más preciso en 1971, cuando él tenía 17 años. Reemplazo a Francisco Figueroa, marido de su tía Mariana Andrade Garreta, quien vivió en el lugar con toda su familia. En la parte alta del panteón está la tumba del guardián al cual Andrade relevó, “Él era el esposo de mi tía. Ella está junto a él también”.


Cuando llegó a Guayaquil por recomendación de su tía, tuvo que improvisar para poder subsistir. La falta de sueldo la compensó vendiendo productos en La Bahía. Recuerda que antes tenía luz y teléfono: “Ahora ya no hay ni agua para las plantas”.









De baja estatura y piel curtida por el sol, Juan Ignacio Andrade Cumba, habitó en la casa de madera y caña ubicada en el mismo panteón con su mujer e hijos, quienes pasaron su infancia y adolescencia entre tumbas. El cementerio jamás le dio miedo, más bien el terror era cuando sus hijos salían de ahí y cruzaban la calle, por la presencia de ladronzuelos y viciosos.


Así transcurrió gran parte de su vida, en esa casa en el cementerio, con su esposa y sus 7 hijos. Ahora son profesionales. Incluso, una optó por estudiar medicina: “Es obstetra, gracias a Dios”. Las otras son trabajadora social y enfermera. La casita de madera y caña ya no existe, se cayó de vieja, estaba atrás del portón de cemento en la parte alta del panteón, como una atalaya que le permitía vigilar el lugar.



Recuerda cuando llegó a Guayaquil y con la ausencia de un guardián, el Centro Ecuatoriano Alemán, le ofreció el trabajo y querían que viviera aquí, como hizo su tío.


¿Quién le tiene que pagar ahora? No lo sabe. Hasta el 4 de mayo de 2012 pasó a manos del Cabildo. Diario El Telégrafo intentó contactar a las entidades responsables, pero ninguna se pronunció.


Por un tiempo a él le pagaba una familia noruega y una alemana para el mantenimiento de algunas tumbas y para que riegue las plantas. En total son tres las personas que llegaban regularmente al sitio y gracias a las cuales tenía ingresos económicos “para el desayuno y el almuerzo”. Esos contados usuarios son quienes le dan entre $ 20 o $ 30 para mantener limpias las tumbas de sus familiares. “Uno de ellos es el padre de un ex cónsul de Noruega”. A veces los que llegan a contratarlo no son los parientes directos, sino los empleados. Andrade durante mucho tiempo no detuvo su rutina en todos esos años, pero el espacio y muchas lápidas lucen afectadas.









Sus tareas eran de lunes a viernes de 10:00 a 15:00. Aunque parezca mentira para los más timoratos, afirma que no le tiene miedo a los muertos, sino a los vivos. Prueba de ello es que nunca ha visto ni escuchado nada sobrenatural en el cementerio, cuenta con su voz suave y acento serrano que no ha perdido. “Mis hijas venían de noche de la universidad y entraban sin problemas. Ellas estaban tranquilas aquí. Nunca se quejaron. Muy poca gente viene a visitar las tumbas. Mi trabajo se concentra en que no entren ni marihuaneros, ni ladrones”.


Solo una noche le ocurrió algo desagradable, que aun le causa miedo recordar. Aquella vez se metieron dos ladrones que se le robaron las pocas pertenencias que tenía. Una mezcla de terror e impotencia.


En otra ocasión palideció al ver algo que jamás había visto, era un joven delgado y ojeroso que tuvo espantarlo de las tumbas, sin saber como había ingresado. El degenerado buscaba huesos. “Me han preguntado si tengo algún huesito, pero yo les he dicho que aquí no se profana ninguna tumba”.








Hoy reside en la casa de su hija, en Durán, donde tuvo un accidente lesionándose el brazo al caer del techo. “Por suerte caí sobre una cama cuando se partió el techo. Por casi me muero”. El cementerio sigue siendo un lugar recurrente porque quiere mantenerse activo y porque no desea molestar a sus hijos. "Aquí consigo para la alimentación y ellos me dan ropita”, a pesar de que nadie lo controla y si aparece algún familiar de los finaditos que le pague puede estar tranquilo.


Además de vigilar, los lunes y martes lee los diarios que consigue los domingos. El resto de la semana hace limpieza. “Me gustan las historias de lo que pasó en el Guayaquil de hace años”. Recientemente, tras leer un artículo de un gran incendio de 1942, se percató que ahí están sepultados dos ingleses, apellidos Temby, que murieron en las llamas *.


Don José juega a la lotería -dice- para ver si gana algo y así compra un espacio para ser sepultado en el Cementerio de los Extranjeros: “Deseo que me quemen y arrojen mis cenizas aquí”. Y si alguien llega a relevarlo en el cargo, buscará otro trabajo: “Si no hago nada después me enfermo y me muero”.


Vivir y cuidar un cementerio es tranquilo, “
–dice Andrade–, solo hay que saber vivir entre los muertos”.


Así se despide Don José, entre el miedo de los avivatos que entran a destruir y saquear las tumbas, los drogadictos que buscan refugio, al igual que sucede con el anfiteatro cercano donde realizan sus inmoralidades y lo que causa más impresión y angustia, la apatía total de las autoridades que prefieren olvidar que ese espacio lleno de historia existe. La sombra de la falta de interés es el verdadero fantasma que debe aterrizarnos. Y de alguna manera todos somos cómplices.


*En realidad fue un terremoto.




Fuentes:

El Universo

El Telégrafo

Varias




Comentarios

  1. La casa de mi compañera María
    Andrade . Del colegio JJ Pino Ycaza

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  2. Visité la casa cuando era niño, Don José Andrade, mi tío y con el nombre de su padre Don José Andrade oriundo de la Provincia del Carchi.

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