¿QUIERE VIAJAR AL PASADO?
La forma más simple de viajar al pasado es adentrarse en los pueblos olvidados de la Costa ecuatoriana y buscar esas casas tan antiguas que desafían a los años, y a veces, a la física.
Es tan placentero sentarse a conversar con los parroquianos mientras la brisa corre descontrolada gracias a que no existen edificios y la cercanía al océano nos otorga ese privilegio. El viento se escapa entre las calles solitarias donde las heces de las vacas perfuman el atardecer y ya se empiezan a alzar las nubes de mosquitos.
Se puede encontrar bloques enteros de casas de madera, una más destartalada que la otra. Su encanto añejo es irresistible para quien ama la nostalgia. Aquellos troncos secos que siempre se ubican afuera de los portales, dispuestos como una sala rústica, invitan a la tertulia.
La tarde huele a pan recién hecho y a café con mantequilla. El dueño de la panadería es generoso y me invita a comer un pan hecho a leña en su antiguo horno que según me cuenta tiene varias décadas funcionando.
El pancito sabe a gloria y recuerdos, este sabroso bocadillo vesperal evoca mi infancia y mis papilas claman por más. Una nueva remesa no se hace esperar. La tarde se muere y los gallos cantan despidiendo al sol en un concierto agreste que solo se disfruta en estos pueblos.
La noche se apodera de El Morro, los mosquitos cual malandrines nos regalan piquetazos a quemarropa. La iglesia se ilumina y el parque está lleno de niños y jóvenes leyendo sus celulares. Oiga que en El Morro también hay internet gratuito. Es como volver a disfrutar de los encantos del Guayaquil de antaño con la modernidad en nuestras narices.
Me empieza a doler la cabeza; pero no hay farmacias, así que debo ir a Playas por algo de medicina, la calle es polvorienta y llena de baches, algunos tramos ni siquiera tienen iluminación, así que debemos agradecer que los carros tienen potentes faroles.
Tal cual como debió ser en el pasado, cuando viajar a las poblaciones cercanas no era cuestión de horas, sino de días y se imaginará en que condiciones tenían que trasladarse los parroquianos, a veces a lomo de animal y comiendo polvo. No pensará que todo el pasado era maravilloso.
Me regreso a Guayaquil extrañando a esta acogedora zona del litoral. Muy pronto regresaré a comer esos pancitos deliciosos al pie de algún zaguán con olor a humedad y lleno de arañas gigantes que te saludan con timidez.
Los recuerdos tienen olores y sabores.
Comentarios
Publicar un comentario