JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO

 




José Joaquín Eufrasio de Olmedo y Maruri

Nacimiento: 20 de marzo de 1780, Guayaquil, Imperio Español
Fallecimiento: 19 de febrero de 1847, (66 años), Guayaquil, Ecuador



Insigne patriota, prócer de la independencia, poeta, jurista y consolidador de la República, nacido en Guayaquil el 19 de marzo de 1780, en el respetable hogar conformado por el capitán español Dn. Miguel Agustín de Olmedo y Troyano -que había sido Alcalde Ordinario de Quito y Guayaquil- y la dama guayaquileña doña Ana Francisca de Maruri y Salavarría.

Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal, pero como Guayaquil -por desgracia- carecía en aquella época de buenos centros de enseñanza, al cumplir los 9 años de edad y preocupados porque su educación cubriera las máximas aspiraciones de la época, sus padres lo enviaron a Quito para ingresar en el Convictorio de San Fernando, donde tuvo como compañero y amigo a José Mejía y Lequerica, y como profesor al ilustrado Dr. Eugenio Espejo.

Luego de permanecer tres años en dicho plantel, en 1792 retornó a Guayaquil para continuar sus estudios con profesores particulares. Dos años más tarde viajó a Lima, Perú, para ingresar en el Colegio de San Carlos, donde el 12 de junio de 1805 se graduó de Bachiller. Posteriormente asistió a la célebre Universidad de San Marcos, en la que durante tres años estudió Derecho Civil y Canónico hasta obtener, el 9 de febrero de 1808, el título de Abogado: Ocho días más tarde se incorporó al Cuerpo de Abogados de Lima. Al año siguiente se trasladó nuevamente a Quito donde el 27 de febrero de 1809, ante las autoridades y profesores de la Universidad de Santo Tomás de Aquino, refrendó su título de Doctor en Jurisprudencia.

Un mes después de haberse perpetrado en Quito el sangriento y cobarde Asesinato de los Patriotas Quiteños, el 11 de septiembre de 1810 fue designado representante de Guayaquil ante las Cortes de Cádiz (España), adonde partió en enero del año siguiente y nuevamente se juntó con su antiguo amigo de estudios, José Mejía.

Allí se distinguió no sólo por su elocuencia y oratoria sino además por su incansable y constante afán de trabajo, razones por las cuales en 1812 fue nombrado Secretario de dichas Cortes. Entonces, poco a poco fue haciendo sentir su poderosa presencia ante dicha Corte, hasta que el 12 de agosto de ese mismo año se colmó de gloria cuando pronunció su célebre “Discurso Sobre la Supresión de las Mitas”, convirtiéndose entonces en el primer americano en denunciar los atropellos que se cometían en contra de los indios y los menos favorecidos.

La denuncia de Olmedo estremeció el corazón jurídico de España, y fue de tal impacto que gracias a ella las mitas fueron abolidas por la Constitución española de 1812, en cuya redacción también participó.

Fue tan contundente el peso de su presencia en las Cortes de Cádiz, que al año siguiente las notables eminencias que las conformaban lo eligieron Miembro y Secretario de la Diputación Permanente de ellas.

Luego de sepultar a José Mejía, muerto en Cádiz el 24 de octubre de 1813, y de firmar el célebre decreto del 2 de febrero de 1814, que disponía el reconocimiento del Rey solamente si este firmaba el estatuto constitucional, debió permanecer oculto en Madrid durante casi dos años hasta finalmente poder embarcarse en Cádiz con destino a Guayaquil, donde llegó el 28 de noviembre de 1816 escapando de la persecución que Fernando VII -libre ya de Napoleón y luego de recuperar la Corona- había desatado en contra de los diputados que habían tratado de imponerle la Constitución; pero en su caso tenía dedicatoria especial, pues Olmedo, al lograr la eliminación de las mitas en América, había privado a España de los extraordinarios beneficios económicos que le brindaba una mano de obra a la que no había que pagarle por su trabajo.

En Guayaquil, Olmedo debió mantener una actitud muy discreta, debido a que la orden de prisión que pesaba sobre él era extensiva a todos los dominios de España, fue por eso que todas sus actividades debió realizarlas de manera muy prudente y casi anónima.

Frustrado en sus aspiraciones democráticas, convencido de que los pueblos de América no podían ser gobernados por un monarca absolutista que disponía de vidas y haciendas desde el otro lado del océano, e identificado con las ideas emancipadoras que habían empezado a germinar en toda América, empezó a reunirse con pequeños grupos de guayaquileños -reacios a aceptar cambios estructurales ya que la mayoría de ellos eran españoles o hijos de estos- a quienes trasmitió esos nuevos conceptos políticos.

Las reuniones con Olmedo fueron foros de conocimiento y lucidez en los que el precursor habló acerca de los principios democráticos, de la libre determinación de los pueblos y de la capacidad que debían tener estos pueblos para elegir a sus gobernantes.

Fueron tan convincentes los principios y argumentos expresados, que su voz fue escuchada, y esas ideas de independencia, democracia, constitución y libre determinación, poco a poco… de boca en boca… empezaron a regarse entre todos los guayaquileños.

Al llegar 1820 ya se había convertido en una de las personalidades más notables e ilustradas de la época, y su patriotismo era conocido por todos. Guayaquil apreciaba sus talentos, y fue por eso que, al producirse la Revolución del 9 de Octubre de 1820 -aunque se excusó en repetidas ocasiones- debió aceptar el cargo de Jefe Civil de la Plaza.

Posesionado del cargo, Olmedo, que era un constitucionalista, lo primero que hizo fue anunciar por “bando” la independencia obtenida, convocar al pueblo para que ese mismo día elija libremente a las nuevas autoridades y convocar a un Colegio Electoral, el mismo que se reunió el 8 de noviembre de ese mismo año para dictar una Reglamento Provisorio de Gobierno (o Constitución) y organizar una nueva Junta Suprema de Gobierno, de la cual -por voluntad del pueblo- fue elegido Presidente. Dicha Junta estuvo integrada también por Francisco María Roca y Rafael María Jimena. Se convirtió entonces en el primer Presidente que legítimamente gobernó un territorio libre de la Audiencia de Quito.

“Olmedo, como Jefe Supremo de la libertad, organiza las fuerzas armadas guayaquileñas bajo el nombre de “División Protectora de Quito”, y pide y exige a la misma Quito, sojuzgada entonces por la crueldad de Mourgeón, y al Departamento de Cuenca, en sendos oficios a los Ayuntamientos, “exhortándoles a la uniformidad de sentimientos y operaciones”. Desde las orillas del Guayas, Olmedo, durante dos largos años de sacrificios que agotaron a la ciudad y a sus campos, no hizo sino mirar las faldas del Pichincha, con ansia de oír los clarines de la libertad de la Presidencia y Real Audiencia de Quito” (J. I. Cazorla.- Olmedo y su Tiempo, p. 81).

Entre 1820 y 1822 Olmedo fue varias veces presionado -tanto por emisarios de San Martín como por enviados de Bolívar- para anexar a Guayaquil y su región tanto al Perú como a Colombia, respectivamente, pero con talento, patriotismo y habilidad política logró mantener su independencia y soberanía, pues lo único que deseaba era mantener la absoluta independencia de esta República que estaría integrada por todo el territorio de la Audiencia de Quito.






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